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Con anterioridad a la 1ra. Ocupación Militar Norteamericana de 1916-1924, nuestra nación careció de ejércitos permanentes organizados en los términos que exigen las doctrinas militares modernas. Lo impidió la profunda inestabilidad política e institucional en que vivió nuestro país por décadas, a causa de los conflictos internos y las guerras intestinas que caracterizaron la “época de los caudillos”.

El primer gran esfuerzo se realizó a principios del siglo XX, durante el régimen de Ramón Cáceres, con la creación de la Guardia Republicana, que el pueblo bautizó como la “guardia de Món”, pero el proyecto se vino abajo con el asesinato del caudillo mocano en 1911.

Los ocupantes norteamericanos desde el principio se dieron a la tarea de crear una fuerza militar compuesta por nativos con el propósito central de lograr un control más eficiente del territorio nacional, y naturalmente, para utilizarla como parte de su aparato represivo contra los diferentes focos patrióticos de resistencia que tempranamente se abrieron en la región Este del país contra esa brutal intervención.

Por esa razón, cuando los invasores norteamericanos mediante la Orden Ejecutiva No. 47 del 7 de abril de 1917 anunciaron la creación de la Guardia Nacional Dominicana, cuerpo militar que ejerció en principio también las funciones de policía, muy pocos jóvenes atendieron al llamado para el enrolamiento.

Los que atendieron el llamado para ingresar a esa fuerza militar, casi todos eran hombres con antecedentes delincuenciales; la mayoría de escasa educación. Entre los enrolados, el 18 de diciembre de 1918, se encontraba Rafael L. Trujillo Molina, quien hasta ese momento, con 27 años de edad, se desempeñaba como Guarda Campestre (especie de policía privada) del ingenio azucarero Boca Chica de propiedad norteamericana, donde ganó fama por su comportamiento arbitrario y brutal contra los trabajadores y siempre en la defensa de los intereses de los extranjeros del central.

Antes de cumplir un mes de su enrolamiento, el 11 de enero de 1919 Trujillo fue juramentado como 2do. Teniente Provisional y enviado a la región oriental para auxiliar a los ocupantes en las tareas de perseguir a los guerrilleros patrióticos que enfrentaron a los interventores extranjeros.

En esa región estuvo bajo las órdenes del teniente coronel de la marina estadounidense Thorpe, un sádico con uniforme militar que ordenaba torturas y fusilamientos solo por sospecha a cualquier campesino que fuese remitido detenido a su cuartel.

Ese fue el ambiente donde alcanzó sus primeros logros “militares”, Rafael L. Trujillo, quien al momento de la evacuación de las tropas norteamericanas, en julio de 1924, ya había alcanzado el grado de capitán.

La carrera militar de Trujillo fue vertiginosa. Ese último año, encontrándose en el poder el Presidente Vásquez fue ascendido a Mayor y Comandante del Departamento Norte de la Policía Nacional, con asiento en Santiago. Tres meses después fue ascendido a Teniente Coronel, Jefe de Estado Mayor y el 22 de junio de 1925, fue designado Coronel Comandante de ese cuerpo. Al año siguiente ordenó hábilmente la publicación de un órgano informativo de la P.N., denominado “Revista Militar” que bajo la dirección del periodista, ex prisionero y amigo, Rafael Vidal, inició la exaltación de su figura como jefe militar de manera permanente. El 13 de agosto de 1927 Trujillo recibió un nuevo ascenso del Presidente Vásquez que lo elevó a General de Brigada y al año siguiente la Policía Nacional cambio de nombre y fue convertida en Ejército Nacional, pero manteniendo en todo el país el control policial.

Por esos años Trujillo había obtenido otros logros importantes, entre ellos, ganarse la absoluta confianza del Presidente Vásquez quien creyó que el jefe del ejército era uno de los suyos; ingresó a varios miembros de su familia al ejército y fue colocando en todas las posiciones de mando a hombres de su absoluta confianza, y asimismo, mediante el chisme político logró que Vásquez destituyera a varios oficiales que no compartían sus ambiciones de dominación.

Por esa razón, cuando en febrero de 1930 traicionando la lealtad que había jurado a favor de Vásquez, participando como dirigente del golpe cívico-militar que derribó al gobierno, Trujillo mantenía un firme control del ordenamiento militar del país.

En el fraudulento proceso electoral que permitió a Trujillo alcanzar la Presidencia de la República en 1930, ese ejército jugó un papel fundamental. Fue utilizado de manera abierta en las brutales represiones organizadas contra los dirigentes políticos opositores, hasta forzarlos a abandonar los comicios. Trujillo “ganó” esas elecciones como único candidato.

Tan pronto Trujillo logró proclamarse presidente de la República el nuevo mandatario comenzó a convertir al ejército en el principal instrumento para su mantenimiento en el poder. Por esa razón, el proceso de depuración de sus filas que ya se había comenzado años antes, se reinició ahora con nuevos bríos y por igual el control absoluto de los puestos de mando, ascensos y traslados. El dominio personal de Trujillo sobre el ejército comenzó a ser absoluto.

Dentro del marco de esa personal dominación y vigilancia del ejército, Trujillo cuido siempre de que ni los comandantes militares, ni los oficiales duraran en sus posiciones muchos años. Los movimientos de traslados a los jefes militares de regiones, provincias y comunes, también de oficiales como de subalternos, fueron permanentes

Al principio de su primer gobierno en 1930, las dos figuras principales del ejército, el Secretario de Estado de Guerra y Marina y el Jefe del Ejército, eran dos socios suyos que le acompañaron en el movimiento cívico-militar que derrocó a Vásquez y le llevó al poder, el General Antonio Jorge y Simón Díaz. Ninguno de los dos duró mucho tiempo. En junio del año siguiente el Ministerio de Guerra y Marina fue refundido con el Ministerio de lo Interior y en ese puesto fue designado el Lic. Jacinto Peynado.

Ese mismo año y al mes siguiente el general Simón Díaz fue sustituido como Jefe del Ejército y esa posición pasó a manos del general Ramón Vásquez Rivera.

El General Díaz fue designado por Trujillo como diputado en enero de 1932.

Pero tampoco Jacinto Peynado duró en ese cargo mucho tiempo pues el 21 de abril fue sustituido por Virgilio Trujillo, pasando el primero a la Secretaria de la Presidencia.

El año siguiente continuaron los cambios. Su pariente y consejero Teódulo Peña Chevalier fue nombrado en el Ministerio de Guerra e Interior y el esposo de su hermana, el Coronel José García, fue ascendido a General de Brigada y designado Jefe del Ejército y el General Federico Fiallo, fue nombrado Jefe de Estado Mayor, mientras el General Vásquez Rivera, sospechoso de conspiración fue destituido, apresado y asesinado. Casi al mismo tiempo, la misma suerte le tocó al Coronel Leoncio Blanco, también acusado de conspirador.

Ese año de 1933 el dictador se elevó al más alto rango del escalafón militar: se autodesignó generalísimo. Poco después, en 1935, Trujillo en persona asumió la jefatura del ejército, la marina y la aviación, mientras sus hermanos, Virgilio, Aníbal y Héctor ascendían hasta el generalato, llegando a ocupar este último la Secretaria de Guerra y Marina, en 1942.

Año tras año, para consolidar su dictadura Trujillo aumentaba el número de los miembros del ejército, mientras sus equipos y armas eran mejorados y las funciones de vigilancia y control urbano de la población también ampliadas. A partir de 1933 el ejército ejerció la vigilancia de las carreteras, estableciendo retenes en puntos estratégicos. En esos lugares todos los ocupantes de los automóviles eran sometidos a chequeos permanentes donde se le exigía la presentación de la Cédula Personal de Identidad y su Carnet del Partido Dominicano. Si la persona registrada carecía de uno de estos documentos, era inmediatamente detenida.

Por su parte, la Policía Nacional, reorganizada en 1936, cuyos jefes casi siempre eran oficiales del ejército, además de tener a su cargo las cuestiones del orden público y la persecución de la delincuencia común, e incluso, del control urbano del tránsito en las grandes ciudades como Santiago y la ciudad capital, fue encargada además del espionaje político, para la cual se creó en su seno un Departamento del Servicio Secreto, dedicado especialmente a esos fines y a los asesinatos selectivos de opositores.

Poco después fue creado el Servicio de Inteligencia Militar (SIM), departamento encargado especialmente del espionaje, las persecuciones políticas y las desapariciones. Tanto en la Policía Nacional como en el ejército, la aviación y la marina, fueron creados grupos dependientes del SIM. Esos cuerpos especiales además estaban encargados del espionaje dentro del propio seno de las Fuerzas Armadas y la policía, a fin de delatar cualquier signo de deslealtad al tirano dentro de las Fuerzas Armadas.

Poco después de la fracasada expedición de Luperón, en 1949, debido a las dificultades que encontró la dictadura en la compra de armas en el extranjero, el dictador inició un proyecto para la instalación en el país de una fábrica de armas. Para ese propósito contrató en Europa a varios ingenieros húngaros y yugoslavos veteranos de la guerra mundial, expertos en fabricación de armamentos. El jefe de lo que fue más tarde la “Armería del Ejército”, era el veterano húngaro Alexander Kovacs, quien en 1955 alcanzó en el ejército dominicano el grado de general.

En esa armería se fabricaban armas de mediana calidad, no solo para el ejército, sino para la exportación, pero de exitosa venta: la ametralladora Cristóbal y el revólver Enriquillo. Varios centenares de esas ametralladoras fueron vendidas al dictador cubano Fulgencio Batista, de Cuba.

Para esa época su hijo Ramfis Trujillo, nombrado “Coronel Honorario” a los siete años, “había logrado por merito propios” el grado de General de Brigada y en 1952 ocupaba el cargo de Jefe de Estado Mayor de la Aviación. El año siguiente, cuando cumplió los 34 años, fue ascendido a Mayor General.

La presencia de Ramfis en la aviación determinó un tratamiento especial para esa rama de las fuerzas armadas, para la cual se construyó la gran base aérea de San Isidro, la cual fue equipada con los más modernos armamentos y de decenas de nuevos aviones. Para 1955 la aviación militar disponía de más de de un centenar de aviones, algunos con las últimas tecnologías y de propulsión a chorro, y los más modernos tanques; su fuerza de artillería superaba en calidad a la del ejercito. Durante los treinta y un años que duró la dictadura, más del 20% del presupuesto de la nación fue destinado al mantenimiento del ejército y la Policía Nacional.

Toda esa poderosa fuerza militar, que jamás participó en una acción de guerra, fue el sostén fundamental de la dictadura y era exhibida de forma continua en grandes desfiles militares organizados dos o tres veces al año (con la presencia de Trujillo) para mostrar su fidelidad al régimen, pero también para intimidar a la población.

Pero a pesar de los extraordinarios controles que personalmente mantuvo siempre Trujillo con la ayuda de sus familiares enrolados en los cuerpos castrenses, y de los esbirros absolutamente fieles a su persona que vistió con el uniforme militar, como Johnny Abbes y otros, del seno mismo de esas fuerzas armadas surgieron los hombres que, como el general Juan Tomas Díaz y el teniente Amado García Guerrero, y los oficiales retirados, Antonio de la Maza y Pedro Livio Cedeño, interpretando los sentimientos de la mayoría del pueblo, participaron en la acción patriótica organizada por dirigentes políticos civiles, que el 30 de mayo de 1961, con la muerte del tirano, derribaron aquel el régimen.

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