Crimenes contra la prensa: el caso de Mario Guerra

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Mario Guerra fue un combativo comunicador cibaeño, colaborador de los principales periódicos nacionales de su época: Listin Diario, La Información y El Diario; estos últimos de Santiago.

En noviembre de 1930, a los pocos meses de Trujillo asumir la Presidencia de la República mediante las fraudulentas elecciones de mayo de ese año, Guerra fue designado director del periódico “El Diario”, propiedad de la familia De Lemos, desde donde asumió una posición de clara imparcialidad informativa y en defensa de las libertades públicas y de la democracia, en medio del ambiente de persecución y crímenes que desde sus primeros días puso en práctica el régimen de Trujillo.

Desde la página editorial del periódico que dirigía se mostró abiertamente contrario al aplastamiento de los grupos de la oposición que iniciaba la tirania, expresando en su periódico el 25 de noviembre de 1930 que: “Los países que se ven gobernados por una sola fuerza militante, sin que haya nada que pueda sofrenar los desenfrenos, ni estimular la acción ejecutiva, ni inspirar la acción legislativa, están expuestos a grandísimos fracasos”.

“La oposición parece una cosa absolutamente muerta en el país, por ninguna parte da notaciones visibles de existencia. Y es necesario que ella vuelva a la vida”.

Desde las páginas de “El Diario”, además, criticó severamente a la prensa servil que cantaba solo laos al tirano. También se manifestó opuesto a la creación del proyecto trujillista de crear un “partido único”.

Esa última conducta llevó en 1931 a Mario Guerra a la cárcel por varios meses, acusado de ser colaborador del general Desiderio Arias, quien encabezó en esos días un levantamiento armado donde perdió la vida, y también de ser el autor e impresor de la proclama que lanzó al país el jefe guerrillero caído en Mao.

La acusación contra Guerra la sostuvo el poeta gobiernista Osvaldo Bazil, en un artículo publicado en el periódico “La Opinión” de Santo Domingo.

Guerra fue puesto en libertad por presiones de círculos sociales y económicos de Santiago y poco después recibió ofertas y presiones para que se integrara a la colaboración del régimen de Trujillo, propuesta que rechazó con dignidad y valentía.

Pero amenazado de muerte por su vertical conducta, se vio forzado a buscar asilo político en la legación haitiana. Vivió en Puerto Rico, Estados Unidos y Cuba

.

Sin embargo en marzo de 1944, ilusionado por la supuesta “apertura” que ofreció la dictadura a los exiliados con motivo del Centenario de la Independencia Nacional, regresó al país. El prestigioso historiador dominicano, Rufino Martínez, cuenta así los últimos días de este mártir del periodismo dominicano:

“Pasado un mes de las fiestas del centenario de la República fue hecho preso en Guayubín, llevado secretamente en un carro del Ejército a Jeremías, campo de La Vega, y muerto a garrotazos. Luego, como cualquier cosa, echaron su cadáver en un saco de henequén para disimular su conducción y enterramiento en un hoyo estrecho cavado monte adentro”.

“La prensa no pudo informar del hecho, y la que hacía de principal órgano del gobierno, La Nación, expresamente redobló por esos días la acostumbrada campaña de presentar al “Benefactor” como respetuoso de la libertad y “creador de la presente felicidad del pueblo dominicano”.

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